martes, 15 de marzo de 2016

Vergüenza

Estamos en tiempo de fallas. Debería ser primaveral. Menos de una semana nos separa tan sólo del equinoccio, y la amenaza de lluvia se cierne sobre fallas y falleros. 
Ojeo un catálogo de muebles de jardín. Maldigo a aquellos que opten por comprar cualquiera de los veladores que por no menos de doscientos euros aparecen en las idílicas fotografías que muestran lujuriosos y placenteros jardines de lujosas residencias vacacionales. Maldigo también a los que piensen en comprar esos estridentes modelos de barbacoas en acero cromado, cargadas de repisas y complementos para el perfecto cocinado de los jugosos embutidos y carnes. Siento naúseas al pensar en la piel ajada de aquellos que, felices y ufanos, se sentarán en las sillas de teka tratada de las últimas páginas. 
Hastiado, bajo la persiana y enciendo la luz. Sé que si tengo frío, encenderé la estufa, o me enfundaré en una sudadera más gruesa. Si tengo hambre, abriré la nevera y comeré una loncha de queso. Si me faltan galletas para el desayuno de mañana, bajaré al super de enfrente a por mis "maria tostadas".
Mientras, miles de personas como esos ricos, o como yo mismo, cuyo único pecado ha sido nacer en su tierra,  hunden sus pies apenas calzados en varios centímetros de barro sucio y putrefacto, y la lluvia y el frío apagan poco a poco sus legítimas esperanzas y sus pocos y maltrechos sueños.
La tele nos bombardea con imágenes de Idomeni, y no paro de pensar en ellos. Asco es lo que siento por la raza humana, a estas alturas de siglo veintiuno.
Abajo en la calle, una charanga conjura entre acordes de pasodoble a todos mis fantasmas. ¿O no?