miércoles, 14 de septiembre de 2016

Lugares reencontrados

No por lugares del cuerpo, si no del alma. Visito un lugar grabado en mis recuerdos de juventud. Recuerdos de noviazgo y de esperanzas. Lugares que lo son y lo fueron, los de andarse, los de sentirse y olerse. Lugares perdidos los otros. Sepultados por el discurrir del tiempo. 

Y fotografío la alameda frondosa. El tamborileo de un picapinos sobre el tronco de un álamo cercano me hace volver al pasado, cierro unos segundos mis ojos y olvido el calor implacable del poniente. La hilera de troncos en reverente escorzo hacia el esbozo de un cauce que apenas ya merece ese nombre. Pero me embriaga y eleva mi espíritu su cadencia silenciosa, ese juego infinito de sus luces con sus sombras, de claros y oscuros, el eternamente cambiante dibujo de los blancos puros y las sombras difusas, y las negras trazas de las ramas, y las hojas, y un bosquete que prepara ya, seguro, allá en lo más profundo de su savia bruta, la inminente otoñada. 

Reencuentro a un joven álter ego, con mi cámara Ricoh y aquel humilde 28-70 de Tamron, con un HP5 recargado en sus tripas, disfutando mientras paseaba por el mismo bosque. Tropiezo con lo que antaño fueron recientes tocones. Los reconozco por su silueta y por su talla, y hasta por el lugar que ocupan en el suelo cuajado de hojarasca. Recuerdo las fotos que les hice. Pero hoy su alma se descompuso ya, y el ciclo natural ha reclamado lo que es suyo mientras su corazón se diluye en un hueco tenebroso y oscuro. Recuerdo juventud en aquellas piernas mías, y también recuerdo aquellas olvidadas ilusiones y muchas esperanzas frustradas. 

No todo es tan triste. O sí. Pero lo cierto es que mis ojos recuerdan y sueñan, de nuevo, gracias a esa danza de luces y sombras. Los chopos de las Eras siguen aquí y tengo la suerte de continuar sintiendo casi lo mismo ante ellos, mientras sus hojas se estremecen con la misma brisa y el cielo sigue, allá arriba, teñido del mismo azul. Aquí sigue el viejo y humilde cauce. Y todo esto me lo recuerda el traqueteo profundo y vigoroso del picapinos, que continúa también, inundando de magia y de misterios los claroscuros del bosque, y  esos otros de acá, de más adentro de uno...