domingo, 8 de octubre de 2017

Las rutinas de la edad

Mantiene unas rutinas casi férreas. Sin ellas pierde el rumbo y hasta la noción del tiempo. Cada pequeña rutina de su vida va marcando los momentos en los que divide con precisión casi milimétrica los días y sus horas. Cada cosa en sus sitio, así ha de ser. Localiza los objetos que necesita y usa según el lugar que ocupan sobre la bandeja de la comida, sobre la repisa de la televisión, o sobre su mesita de noche. Sabe frente a qué habitación se encuentra contando picaportes a su paso. También ordena escrupulosamente su tiempo y sus cotidianos quehaceres diarios. Desde el momento en que pone los pies en el suelo cada mañana, cada cosa y cada instante han de ocupar su lugar concreto en el universo de sus días oscuros y silenciosos. La ceguera y la sordera son cada día más fuertes. Ella no espera nada y tampoco pide nada. Ya frente al espejo, sin vanidad, su vista no alcanza a devolverle su propia imagen, pero sí con inusitada coquetería, ordena su pelo y lava su cara cada mañana.
Después del desayuno, la llevo a pasear en su silla de ruedas por un camino escrito en sus mapas mentales. Ella me guía en cada cruce y en cada acera, y marca los momentos en los que se atreve a levantarse y a forzar sus castigadas articulaciones. Enseguida se cansa y se sienta. Su fina y rala cabellera deja pasar los rayos de luz de la mañana, y su cabeza aparece rodeada de una extraña aura. Tras los ejercicios en el parque y su paseo diario y ya de vuelta en casa, la radio cristiana que escucha la ayuda a conjugar sus plegarias y a rogar por sus particulares "animetas", esas de los que ya la observan desde el cielo, todos los que ya partieron de su lado, esos que, ella lo sabe, la esperan algún día más o menos cercano, esos a los que ella ya va esperando...