martes, 28 de enero de 2014

Auto suicidio

Es la hora. Para lo que voy a hacer, la hora es importante. Necesito llamar poco la atención. Necesito que nadie repare ni en mi llegada ni en mi presencia. Que nadie se percate de si salgo o no de allí. Busco un lugar tranquilo. Apartado del paso de la gente, lejos de puertas y paseos. Apenas veo unos pocos viejecitos en uno de los bancos al sol. Yo ocupo otro, alejado de ellos pero dominando la panorámica. Todo lo que hay a mi alrededor lo vigilo. Necesito que nadie me vea hacer lo que quiero hacer. Algo de pudor me queda. O quizás sea mi propia timidez. Pero he llegado determinado a hacerlo. Es difícil. Es algo que no admite errores. Algo que requiere de mi parte la decisión de hacerlo y de no arrepentirme. No puedo lamentarlo después. No tendría sentido. 
Compruebo con alivio cómo van poco a poco abandonando los viejos el banco y el lugar. Su andar cansado y lento anticipa sobradamente su trayectoria. La mayoría de ellos elije un camino que pasa por mi lado. Otros se alejan en direcciones diversas. Oigo cómo se despiden hasta el día siguiente. Sus últimas palabras son preguntas y deseos que quedan sin respuesta, como pompas de jabón flotando en el aire frío del mediodía del parque....: ¿Qué va usted a comer hoy? ¿Estará su hijo en casa? ¡No coja frío esta noche! ¡Hasta mañana a la misma hora! Algunos de los que pasan a mi lado musitan un educado "buenos días", costumbre de gente que creció en barrios pequeños, seguramente en pueblos pequeños, porque por aquel entonces todos los pueblos lo serían. Saludan a aquel que encuentran en su camino, yo en este caso. Cómo no, les devuelvo el saludo. Curioso saludar por vez primera y última, a quien sabes que no verás más. En parte me preocupa. No quiero que guarden mi imagen en su recuerdo, aunque en el fondo creo que sus memorias tal vez no alcancen a recordarlo. Ni siquiera miraron mi cara, por cierto. No. No debo preocuparme por eso.
El momento ha llegado. Nadie a mi izquierda ni a mi derecha. Nadie en las cercanías, ni tampoco en el horizonte que llego a ver. Me preparo. Tenso mi dedo. Miro por última vez a mi alrededor. Nadie será testigo del momento. No me interesa tener testigos. No es fácil enfrentarse con uno mismo en este decisivo y último momento. Pero está decidido. Con cuidado y cariño apunto el disparo, se acelera mi pulso, trago saliva, contengo la respiración, abandono mi mente y sin pensarlo más,  resueltamente aprieto el botón.
Ya está. Un autorretrato más. Allí estoy yo, en mi sombra y con mi zapatilla y mis vaqueros viejos. Nadie me ha visto. Guardo la cámara. Ya he hecho lo que vine a hacer. Me voy.

domingo, 26 de enero de 2014

Buscando intimidad

Tres son los arcos que adornan la pared de la iglesia, en su fachada a la plaza. En cada uno, enmarcándose casi sin querer o justamente queriendo, una persona (o casi) buscando aislarse para salvaguardar su intimidad. Compartida no obstante con alguien al otro lado de sus teléfonos. Y todo eso, en un espacio público, ante la mirada de cualquiera. 
La mía por ejemplo. Claro, no puede evitar sacar la foto.

viernes, 24 de enero de 2014

Monumento al hombre ciervo

Es curioso lo que llega a verse en nuestras ciudades. Un monumento a un "hombre ciervo"!
El pobre se ve que tuvo que ser el resultado de un extraño apareamiento..., bueno, la verdad es que esta es una foto-trampa, y la cornamenta del maestro Azorín no es tal, si no una mala pasada de la posición de la cámara y las condiciones del arbolillo que, unos metros más atrás, permanece sin hojas en este invierno. 
Bueno. Supongo que sabrá entenderse la broma. No he podido evitarlo.

lunes, 20 de enero de 2014

Pareja de gatos al sol

Andas sin saber qué estás pensando. La verdad es que apenas meditas sobre nada. Es mejor así.
Tus pasos te guían entre calles conocidas que no miras, tan sólo las ves y las sientes. El aire envuelve tu rostro mientras el sol calienta tus mejillas. Giras esquinas, avanzas entre callejones. Esquivas bolardos. Sientes las calles. Desconchones de viejas paredes, cal pintada en las fachadas enlucídas. El griterío de niños jugando en los patios de las guarderías, sonidos de motores de furgones de reparto, embragues que protestan tras varias maniobras por culpa de un desaprensivo que aparcó como si la calle fuera suya. Conversaciones ajenas de móviles de gentes sin modales, de ese tipo de gente que parece disfrutar si todos oyen lo que grita a quien le increpa al otro lado del dichoso telefonito móvil.
El ambiente es frío, como debe ser en una mañana de enero. Jóvenes y viejos tomando café en las terrazas de los bares, señoras con su carro de la compra empujan o arrastran sus arreglos de cocido,  sus coles, sus puerros, sus acelgas. Chicos y hombres de tez curtida, morena, raída su ropa, me adelantan sobre bicicletas tuneadas artesanalmente cargando incontables chatarras. Vecinos que se saludan de improviso sin preocuparse de que se han detenido justo en medio de la acera. Bajo de mala gana por no decirles dos cosas y un claxon me asusta sin motivo, al fín y al cabo, aún sobra un palmo entre el bordillo y mis pies, y otro más entre mi brazo y su retrovisor. Y ese coche no debiera de circular a más de 30, así que que no me toque los...
Continúo andando, mirando, viendo y caminando. Parando. Andando y parando y caminando y mirando y viendo. Y fotografiando de vez en cuando.
Veo unos gatos. Son gatos marginales y marginados, maltratados por la vida de gato callejero que llevan. Sus ojos tienes esas extrañas legañas de gato, esas que tienen esos gatos cuyo aspecto no rebosa salud por ninguno de sus cuatro costados. Toman el sol en un callejón sin salida. Un grafiti futurista decora el muro que ciega la calle. Nada más.
Me acerco despacio y me agacho frente a ellos. Les apunto con la cámara. Hacen amago de irse pero aguantan el tipo. Se recomponen y me miran con su mirada gatuna, intensa e indescriptible, profunda y fría, sin duda no entienden qué espero que pase poniéndo un artilugio extraño delante de sus hocicos chatos y bigotudos. Además les importa un pepino.
Para ellos es un día más con un algo nuevo. Para mí no hay nada nuevo un día más.


miércoles, 15 de enero de 2014

lunes, 13 de enero de 2014

Cutre Museum II

Una revisión.  Esta vez hay algunos sutiles cambios que no mencionaré. Mejor trate el espectador de descubrirlos.
La esencia es la misma. Esta vez creo sin embargo que algo hay en la captura que la mejora. Es mi opinión.

viernes, 10 de enero de 2014

Cutre Museum

Entre tantas figuras de escayola, añejas y mal cuidadas, otra figura más, añeja, maltratada... (¡!)
La alegría y los brillantes colores de las flores de pascua contrastan con estatuas tan manidas pero, especialmente, tan sucias y en mal estado como estas. Pese a todo, colocadas con esmero y casi diría yo, hasta con cariño. Así me situé yo mismo, tratando de integrarme entre ellas.
Es una manera de verlo. Me apeteció situarme en medio de este museo decadente que el escaparate ofrecía. Algo tendrá que ver cómo me veo.

miércoles, 1 de enero de 2014

Decálogo para un nuevo año fotográfico

2014.
Empiezo el año en blanco y negro y en movimiento.
Ahí va mi decálogo para el nuevo año.

Hacer más fotos y mantener este sitio más saneado.
Intentar no perder aún más la ilusión.
Coger mis cámaras cuando la pena me ataque.
Mirar por el visor cuando no me guste lo que vea sin él.
Hacer fotos cuando no tenga ganas de nada más.
Andar por las calles con mi cámara al cuello cuando no pueda soportar la soledad.
Hablar al menos con un desconocido y pedirle hacerle una foto.
Llevar hasta el fín al menos un proyecto fotográfico.
No desear más cámaras que las que pueda comprar.
Mirar cada nuevo día con una mirada nueva.