lunes, 20 de enero de 2014

Pareja de gatos al sol

Andas sin saber qué estás pensando. La verdad es que apenas meditas sobre nada. Es mejor así.
Tus pasos te guían entre calles conocidas que no miras, tan sólo las ves y las sientes. El aire envuelve tu rostro mientras el sol calienta tus mejillas. Giras esquinas, avanzas entre callejones. Esquivas bolardos. Sientes las calles. Desconchones de viejas paredes, cal pintada en las fachadas enlucídas. El griterío de niños jugando en los patios de las guarderías, sonidos de motores de furgones de reparto, embragues que protestan tras varias maniobras por culpa de un desaprensivo que aparcó como si la calle fuera suya. Conversaciones ajenas de móviles de gentes sin modales, de ese tipo de gente que parece disfrutar si todos oyen lo que grita a quien le increpa al otro lado del dichoso telefonito móvil.
El ambiente es frío, como debe ser en una mañana de enero. Jóvenes y viejos tomando café en las terrazas de los bares, señoras con su carro de la compra empujan o arrastran sus arreglos de cocido,  sus coles, sus puerros, sus acelgas. Chicos y hombres de tez curtida, morena, raída su ropa, me adelantan sobre bicicletas tuneadas artesanalmente cargando incontables chatarras. Vecinos que se saludan de improviso sin preocuparse de que se han detenido justo en medio de la acera. Bajo de mala gana por no decirles dos cosas y un claxon me asusta sin motivo, al fín y al cabo, aún sobra un palmo entre el bordillo y mis pies, y otro más entre mi brazo y su retrovisor. Y ese coche no debiera de circular a más de 30, así que que no me toque los...
Continúo andando, mirando, viendo y caminando. Parando. Andando y parando y caminando y mirando y viendo. Y fotografiando de vez en cuando.
Veo unos gatos. Son gatos marginales y marginados, maltratados por la vida de gato callejero que llevan. Sus ojos tienes esas extrañas legañas de gato, esas que tienen esos gatos cuyo aspecto no rebosa salud por ninguno de sus cuatro costados. Toman el sol en un callejón sin salida. Un grafiti futurista decora el muro que ciega la calle. Nada más.
Me acerco despacio y me agacho frente a ellos. Les apunto con la cámara. Hacen amago de irse pero aguantan el tipo. Se recomponen y me miran con su mirada gatuna, intensa e indescriptible, profunda y fría, sin duda no entienden qué espero que pase poniéndo un artilugio extraño delante de sus hocicos chatos y bigotudos. Además les importa un pepino.
Para ellos es un día más con un algo nuevo. Para mí no hay nada nuevo un día más.


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