martes, 22 de febrero de 2011

Pictorialismo





















A veces uno no sabe bien para qué le pueden servir las cosas que guarda. En especial, si uno es aficionado a guardar cosas que, no por inútiles, si no más bien por comunes, uno no piensa que valga la pena guardar.
Hace poco en casa comimos, como parte de un plato combinado, unos espárragos blancos. Los susodichos, que estaban buenísimos, venían en tarro de cristal.
Normalmente los tarros que compramos en casa, ya vacíos, van a parar al banco de la cocina (para su adecuado reciclado posterior en el contenedor verde) en ocasiones, el tiempo suficiente como para que yo los descubra. Y eso le pasó al bote de los espárragos ese día, que lo vi allí sólo y destinado a su particular resurrección..., y entonces decidí prolongar su vida más allá de su labor como mero bote de conservas.
Era un bote no demasiado alto y sí por contra bastante rechoncho. Naturalmente cilíndrico, pero sin torneados aparentes y de boca ancha, por tanto, de porte grueso, que se me ocurrió merecía ser salvado, incluso, del oportuno reciclaje. Así que convenientemente lavado y despojado de su etiqueta, ha contribuido de manera esencial para la obtención de esta imagen.

Imagen que, tras un adecuado tratamiento, presenta el aspecto que pretendía y que, al menos a mi me lo parece, podría asemejar esta foto a las que en su día, en los inicios de la historia de la fotografía, se adscribían al llamado pictorialismo y que no está de más conocer si es que aún se desconoce.
Lo cierto es que cuando miré aquel bote de espárragos, enseguida me vino a la cabeza lo que luego confirmé a través del visor. Espero os guste.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cortina estampada


Cuando el sol entra por el cristal del balcón, a estas alturas del año y a estas horas del día, su luz es intensa y cálida.
A estas horas y a estas alturas, la luz del sol nos llega casi rasante, apenas desde arriba, de manera que incide con el ángulo adecuado como para que las sombras de lo que acaricie se dibujen nítidas contra la pantalla que forma la cortina de nuestro balcón.

Sobre la barandilla, en un macetero, tenemos aún una planta de navidad, una "Flor de Pascua", algo desmejorada pero con el porte suficiente para que su sombra, proyectada por ese sol intenso, se recorte nítida contra la cortina que cubre los cristales.
La cortina en tonos crudos, entre amarillo y ocre, con un estampado de detalles, ramilletes y cenefas de flores azules y amarillas.
Esa tarde, poco antes de las siete, vi cómo se recortaba la sombra de la flor de Pascua contra el motivo estampado de la cortina, y me pareció que era un sujeto adecuado para tomar una foto.
La silueta de la planta, la de verdad, se mezcla con los dibujos del estampado, y el efecto me hace pensar en una unión imposible, onírica y casi mística entre el objeto, la planta, y su representación, los motivos vegetales estampados.
Entre el mundo virtual de esa proyección física de una sombra de lo que es, de la planta, y el mundo real del dibujo que no lo es; y otra vez, el virtual de nuevo de la imagen fotográfica, y el real de lo que sólo yo tuve delante y sólo durante unos instantes.
La sombra no es una planta, pero existe porque ella existe. Y el dibujo representa otra planta distinta, pero no es mas que un dibujo de una planta, pero no es ella.
Y todo eso que yo veía, no es ahora mas que una imagen, un reflejo en un sensor, hecho fotografía para que podáis verlo vosotros pero..., ya no existe.


lunes, 14 de febrero de 2011

La ola y yo


Mar agitada ese día.
Mar brava. Olas y viento y espuma, salpicones y girones que saltan sin miedo al aire, desgajándose del blanco que pugna en las crestas, revolcándose y enrollándose furiosa para asestarse a sí misma el terrible abrazo que acaba con ella, en eterna espiral y vorágine suicida.

Las olas llegan con fuerza e inundan la orilla. La arena, impasible, indefensa y atónita, sólo puede dejarse hacer, contemplar cómo llegan una y otra vez, cómo con saña desmedida en intratable discurso, incansables, insaciables y crueles, van arribando una tras otra, y volviendo a su entraña, la mar, una, otra, y otra, y otra vez... Así en incesante latir, en lujuriosa respiración de titanes sumergidos, de monstruos soliviantados en los lechos lejanos del insondable abismo profundo y salado.

Y el viento en el aire, y la nube en el cielo. Y allí plantado, saboreando el salitre y entornando los ojos, el fotógrafo y su cámara...
Aquí os traigo ahora la imagen, rescatando el recuerdo de ese día y de aquel momento, allí, de pie en la playa...