miércoles, 5 de febrero de 2014

Mal rayo me parta

Puede pasar una vez entre dos millones trescientas veinte mil veces, pero...
Cuando los hados están en nuestra contra, lo mejor es que no nos pillen de paseo en una anochecida de tormenta eléctrica. Porque hay cosas difíciles de ver, difíciles de creer, difíciles de ocurrir, difíciles hasta de imaginar y casi imposibles de fotografiar, pero, nunca se sabe, todo puede pasar... 
Así que vas tan tranquilamente caminando por la calle, la misma calle que recorres todos los días en tus trayectos cotidianos, vuelves a casa tras una jornada más o menos dura o no, o sales a despejarte, a ventilar tus ideas, a tomar el aire, a empaparte de urbanismo, a compartir con el mundo un rato de tu existencia y ¡zas!, sin previo aviso, repentina y bruscamente, una fuerza descomunal de mil millones de vatios, va y te cae encima, achicharrándote el cráneo y en consecuencia, todo lo que éste guarda dentro, es decir, tu cerebro. Y claro, todo lo que viene estando por debajo de tu cabeza. De repente te churruscas como si fueras un chorizo al diablo, y al diablo te vas convertido en carboncillo. Así, sin tiempo a reflexionar ni nada. Sin derecho al pataleo y sin opción de elegir susto. Tarde.
Lógicamente, la cosa acaba mal, muy mal, especialmente para tí. No lo cuentas. Eso es casi seguro.

Así que conviene, creo yo, practicar la máxima del conocido aforismo: Carpe diem. Aprovecha el momento. Tensa tus sentidos. Exprime cada uno de los latidos de tu corazón, y hazlo ahora, hazlo a tiempo, hazlo antes de que un rayo te parta.
Más vale. Nunca se sabe.

Y si estabas pensando que esta foto es una mentira... ¿acaso crees que alguna foto no lo es?

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