sábado, 30 de agosto de 2014

Hora de partir

Los que han tenido vacaciones, o los que han viajado, están mirando el reloj. O mejor, el calendario. Porque se acaban, las vacaciones y los viajes. Eso en el caso de haberlas tenido. Otra cosa es si se han disfrutado, o por el contrario se han padecido. Y más aún, eso para los que hayan tenido vacaciones. Eso significa que trabajan, lo que es mejor incluso que tenerlas. Es de nuevo el momento, y adocenando nuestra conciencia colectiva como en tantas otras ocasiones, caemos en los tópicos de siempre, los de todos los años...: otear nuevos rumbos, desear destinos por alcanzar, elegir caminos a seguir.
Es un hecho sin embargo que cada nuevo día es un nuevo camino a recorrer y que cada lugar al que llegas es tu último destino alcanzado. No importa si partes desde una estación o si tan sólo te levantas de una silla. No importa si es final de verano o principio de primavera, o primeros de diciembre, o finales de abril, o de enero.
Lo único cierto es que a menudo siento a la vida como si fuese un tren que miras pasar delante tuyo, como esos trenes que pasan, o llegan, o salen, de las estaciones de tren. A toda velocidad discurre ante nuestra mirada, en medio de un ensordecedor rugido, atronando el suelo con una rítmica secuencia... "cu-chu-cu-chu, cu-chu-cu-chu, cu-chu-cu-chu..." y chirriando su redondos pies de hierro por las raíles herrumbrosos que discurren eternamente juntos y eternamente separados, sobre esas traviesas de vieja y carcomida madera.
La cuestión es: ¿Cuál será la estación de destino? ¿Qué durará el viaje? ¿Por dónde ha de pasar? ¿Cuándo parará?

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