miércoles, 28 de noviembre de 2018

Para tí hijo mío

Mi amadísimo hijo Emilio:
La vida te pone hoy en la que, sin duda, debe de ser la prueba más dura a la que te has enfrentado nunca. Una de las más duras a las que yo mismo, con tu madre, nos hemos enfrentado nunca como padres. Te imagino. Yaces inerme en la mesa de un quirófano. Los médicos a tu lado. Otras veces también ha sido así. Contigo, o con tu hermano. Pero en ninguna como en esta la cosa era tan seria.
No ahondaré en más detalles.  Nosotros ya los conocemos.
Mi querido Emilio, mi primogénito, al primero al que quise y tuve en brazos. Mi amado hijo, mucho ánimo hoy, hoy y siempre. La vida es esto. A esto venimos, a ser y estar, a crecer y a vivir, a luchar y a caer y a levantarnos, por encima de todo, a vivir, y a amar a los nuestros y a la Vida. Y ahí estás siempre tú, y estarás conmigo y yo contigo haste el fin de mis dias.
No lo dudes. En esta foto de hace pocos días, te seguía con mi cámara. Tú me veías, estoy seguro. Pero no veías lo mismo que yo, claro está. Y yo te veía así.... Dejaré el color al margen. No hubo mucho color en estos días... Pero sí tu mirada límpia y fresca, tus ojos claros, de familia, heredados ya desde esos otros ojos que te miran desde el cielo. Y aquí, tu mirada atisba tu futuro. Y créeme, no es incierto. Es ciertamente, un futuro pleno. Un futuro de amor, de alegría, de esperanza y lucha por lo que te apasione, por tí y por los tuyos. Tu futuro será lo que quieras tú que sea, lejos ya de la mesa del quirófano, lejos ya de los monstruos y las pesadillas.
Y cerca, siempre cerca de tí, nosotros. Tu madre, tu hermano y yo. Tu familia.
Mira siempre adelante. Porque no hay nada ahí atrás. Y lo que fue y hubo, allí ha de quedar, sin remedio. A veces, como esta vez, allí quedará por fortuna, en el cubo de la basura de un quirófano.
Te quiero hijo. Te queremos. Estate tranquilo mi amor. Sé feliz.

lunes, 16 de julio de 2018

STELLA MARIS

   No soy yo muy de onomásticas, no soy mucho de iglesias, no soy mucho de fe. Pero la fiesta de la Virgen Marinera, la Virgen del Carmen, no pasa desapercibida para quien, como un servidor, convive con una Carmen, la mía, mi Mari Carmen.

   El tiempo pasa fugaz y sólo tenemos un billete –por cierto, tan sólo de ida– para este emocionante viaje que es vivir. Así que antes de que seamos recuerdo, aquí dejo para disfrute propio y ajeno una fotografía de las dos Carmenes de mi vida. Una más que otra, pero una antes que la otra. Y no una, sin la otra. Sobran más explicaciones, creo.

   Felicidades a ellas especialmente, y a todas las que como ellas, lleven ese nombre tan entrañable para los hombres y las mujeres cuyas vidas se consagran a la mar. Ellos celebran, cada 16 de Julio, la fiesta de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.

   Para tí, mi Carmen.

lunes, 2 de julio de 2018

De nada

      


     Hace días que salgo a fotografiar sin tener ninguna idea preconcebida, sin buscar nada especial, como por otra parte he venido haciendo casi siempre. Como hago realmente siempre que callejeo con el propósito de fotografiar. La razón es que me ayuda para aguantar mis días el pasear cámara en mano, tratando de encontrar quién sabe qué, en quién sabe dónde.

     Trato de no perder la costumbre de hacerlo. A pesar de tener motivos para pensar que está fuera de lugar. Pese a tener razones para creer que puede parecer ilógico usar el tiempo en salir a construir mi particular mundo, o mejor, a proyectarme en el que vivo a través de las fotos que hago, o que construyo. Para tratar de dejar una huella de mi paso que perdure, siquiera en una cuantos fotografías, sin mayores pretensiones que sobrevivir a mí mismo.

     Hubo alguien que dijo que las fotografías no se toman, –como cogiendo algo que está ahí puesto esperando que el primero que pase lo aproveche–, si no que las fotografías se hacen, –se construyen, se hacen más allá del simple hecho de apretar unos cuantos botones y ajustar las herramientas precisas para ello, cosa que, por otra parte, requiere también de su saber hacer particular, creo yo–.

     Reviso los las fotografía que me traigo tras mis paseos y me planteo que, sinceramente, no hago fotos de nada en especial. Cualquier foto de las que decido finalmente conservar y editar podría tener cabida aquí. Cualquiera de ellas, de las que salvo y trabajo para que se parezcan a lo que sentía al hacerlas, podría ocupar el espacio sobre estas lineas. Cualquiera de ellas no cuentan nada en especial, de nada hablan mas que de mí mismo.

     Así que aquí dejo hoy y para no perder las costumbres una foto de nada, nada más.

viernes, 2 de marzo de 2018

Mi memoria





      El otro día pensaba yo en lo que sucede con la memoria del fotógrafo, pero no del famoso, no del maestro, no del creador de imágenes inmortales, de  iconos del arte y de la fotografía de todos los tiempos. No, no en ese.
Pensaba en el fotógrafo pasional, apasionado, aficionado u ocasional, familiar o retratista, fotógrafo de estrellas, de noches o de paisajes, de lugares cercanos o remotos que madruga, que viaja sólo en vacaciones o a lo peor, sólo los domingos. O que callejea cámara en mano, quizás, por no tener nada mejor que hacer.

Pensaba en las fotos que hago de los míos. De mi esposa. De ella con su madre. De mi madre. De mis hijos. De mis hijos con su madre y con mi madre y con la madre de la madre de su madre... Y si no te has perdido entre mil madres, es que lees con atención y cariño, el mismo que pongo yo ahora mientras pienso en que yo mismo... ¿dónde me encontrarán, cuando mis hijos y los hijos de mis hijos miren estas fotos que hizo su padre? Y no sólo estas, sino todas las que hago cuando callejeo porque no tengo nada mejor que hacer. Cuando compongo bodegones que sólo a mí me entretienen y que pocos más mirarán, o no, alguna vez.

Pero yo sí sé donde estaba. Siempre, en todas y cada una de esas fotos, estaba donde tenía que estar, en el único sitio que hizo posible esa foto, estaba tras la cámara, y me verá quien sepa ver que esas imágenes, antes que en los suyos, estuvieron en mis propios ojos. Que yo las vi y creé y recreé para que en un futuro que nunca existe cuando aprietas el obturador, en ese tiempo por construir, yo mismo esté también allí, detrás de la cámara que tomó esa foto.

Pensaba yo en que el fotógrafo, cualquier fotógrafo aficionado a fotografiar, cualquier persona que se abandona de vez en cuando al vicio de tomar fotografías, pero apasionado de y por la fotografía, por sus fotografías, hacedor de imágenes y de recuerdos, creador de memoria por definición,  quizá consiga de manera cruel hacer que la suya propia se pierda.

A partir de ahora, cuando mires una foto, piensa siempre en que hubo alguien detrás de la cámara con quien compartes ahora mismo aquella su propia mirada y que, si te giras de pronto, hasta puede que le veas...

martes, 2 de enero de 2018

Destellos y anónimos


Ha pasado el año y he dejado pasar el otoño, y el invierno y el año nuevo han empezado.

Sólo por no dejar de hacerlo salgo a pasear y me dedico a anotar, cámara en mano, los destellos que encuentro algunas veces, cuando vuelvo la vista al cielo y a las nubes, y el sol me grita que cierre el diafragma, que él ya pone de su parte el resto. 

La gente espera el verde y de repente, se cruzan en la acera sus pensares, sus pasos y paseos. Sin saberlo, sus historias se escríben al unísono, en la misma hoja y casi en el mismo renglón. Disonante y estridente, lo que allá cada uno va sintiendo se alinea por un instante en el contraluz que hace rato espero, con la cámara apuntando de manera que la estrella ilumine sus andares. 

Ya saciada mi mirada, giro 180º y retomo de nuevo mi camino a casa de regreso, y guardo la foto en la carpeta de un año que pasó dejando sombras alargadas en mis días de sol, dejando sueños por cumplir en mis noches de estrellas.