viernes, 1 de enero de 2021

Ángel


 Decenas, cientos de pequeños pájaros se amontonan en las cornisas de la fachada de la escuela de idiomas. El frío y el aire gélido de las últimas horas de la tarde les hace apretujarse los unos contra los otros, mientras encrespan sus delicadas plumas y las ahuecan, generando fugaces envoltorios que les proporcionen calor. Algunos llegan buscando sitio, aparentemente exhaustos, en un intento más, otro, de encontrar hueco en la abarrotada fila. Pero ninguno de los que ya están posados parece inmutarse ni apiadarse del recién llegado que, finalmente, no puede ocupar lugar alguno en su intentona. Poco a poco sin embargo, tras no pocos esfuerzos, todos lo irán consiguiendo. 

Sigo caminando junto al pretil del viejo cauce del rio

Al acercarme al puente junto a la farola, el sol moribundo tiñe de fuego a estas nubes que no paran de cambiar de forma al moverse. Entonces, fugazmente, lo veo.

Por un breve instante veo las alas de un ángel con su faldón agitado por el viento, y me inunda la esperanza. No se definirla, es esperanza en algo bueno para este año que empieza. Me basta con que dejemos atrás el miedo y las cifras de muertos y contagiados. No creo en los ángeles pero estas nubes, me recordaron a uno por un instante.

Unas gaviotas planean allá arriba entre el bermellón y el morado. Las imagino chillando a la manera en que gritan las gaviotas, cruzando palabrotas mientras discuten sobre el lugar al que deben dejarse llevar por las corrientes de aire. Tal vez decidiendo dónde pasar esta noche inminente del último día del año.

Apago la cámara y vuelvo a casa, cargado de nostalgias y añoranzas. Me doy la vuelta y dejo allí arriba a ese ángel que sigue mutando inevitablemente en quién sabe qué otras formas.

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