viernes, 30 de marzo de 2012

Erupción volcánica en el estanque


Esta mañana me he acercado a los Jardines del Real, lo que toda la vida he llamado "Los Viveros". Jardines públicos de la ciudad de Valencia, eran destino harto frecuente de mis padres en los tiempos de nuestra infancia, de la infancia de muchos de los valencianos de mi generación. 
Cuando las salidas de fin de semana se hacían casi siempre andando, y no se necesitaban recorrer grandes distancias ni invertir apenas en nada para convertir los domingos en experiencias más que gratas para los niños que éramos entonces.

Aquellos jardines de mis dientes de leche, qué distintos de estos sin mis muelas...!

Lo que esta mañana, paseando, más me ha llamado la atención, ha sido el aspecto de cierta dejadez en todo el parque, acusado en especial por la falta de agua en las fuentes.
Esta en concreto, una que recuerdo con especial cariño. 
En medio de unos árboles gigantescos (entonces, y ahora) pinos y arces en su mayoría, se erige un fuenta hecha de piedras amontonadas. Puede uno, y más si se es niño, encaminarse por la estrecha y escueta rampa que conduce a su cima, a poco más de un metro, para situarse así sobre lo que queda (¡qué pena!) de lo que fuera una escultura cuya figura central representaba a un niño desnudo que casi montaba a horcajadas de un pez megalítico y mitológico, de cuya boca manaba el agua que inundaba aquella fuente.
Nada de esto se asemeja demasiado a lo que fue.

No he dirigido mi objetivo a esta estatua, que de pequeño me cautivaba con su mezcla de ferocidad e inocencia, entre otras cosas, porque apenas queda ya de ella más que un destrozado resto del celacanto aquel... Además, de la boca del pez no brota nada más que el polvo y las telarañas.

Rodeando la alberca, en un remanso de aguas estancadas, en la parte trasera de la fuente, emerge, en agónicos borbotones un deshilachado chorrillo de agua. 
Y es esta una de las pocas fuentes que, en el dia de hoy, he visto conservar algo, muy poco ya, de mi infancia lejana, no ya en sus ajadas piedras, más bien en mis turbios recuerdos de aquella infancia añorada.

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