miércoles, 26 de marzo de 2014

El avión de los sueños rotos

Colgaba de un techo encalado, en la cambra enlucída de una casa de pueblo. Lo habían pintado en vivo color rosa, casi fucsia, con detalles en rojo y en negro. Su morro apuntaba hacia la luz que entraba por la pequeña ventana que dejaba ver, a través de unos cristales viejos y sucios, el cielo límpido y azul de la serranía. 
Era un cuarto cuajado de viejas herramientas de carcomidos mangos y hojas herrumbrosas. Por aquí y por allá, trabajos manuales de diversa índole, algunos inacabados. Habían allí y entre otros: un vagón de tranvía, un gusano hecho de grandes bolas de poliestireno, una casa sin paredes que dejaba ver los entresijos de complicados mecanismos, como los de una especie de antiguo molino, una "torreifel" más grande que un hombre, y también aquel avión.
Quien allí trabajara debía pasarlo bien. Entre serretas, serruchos, papel de lija, clavos, martillos, gubias, lijas, berbiquíes... Pegamentos, pinceles y pinturas, e infinidad de restos y retazos de materiales diversos: papel, cartulinas, telas, chapas, cartones, planchas, y materiales todos recogidos quizá de las basuras o solares, y que, en algún rincón de la pequeña estancia, reposaban a la espera de encontrar una segunda vida entre sus manos.

No conocí a Paco. Es más, se podría decir sin tapujos que ni siquiera supe de él mientras vivía. Ni falta que me hizo. Aunque digo yo, a la vista de aquel humilde pero sincero trabajo, si tal vez perdí más que él en esa ignorancia. Me contaron que aquel hombre había muerto hacía poco. Era un hombre joven, pero la maldita enfermedad se había llevado su tiempo y sus maquetas por delante, antes de hora y para siempre.
Un hombre que pasaba a sabiendas sus últimos días en aquella casa de pueblo, entre sueños e ilusiones, entre proyectos y juguetes, entre maquetas y modelos que desde una rica y creativa mente surgían y él plasmaba en aquellos trabajos abandonados ahora al tiempo y al olvido.

Como aquel avión rosa recortado contra un techo encalado. 

Me agaché y me pareció que volara con todos los sueños de Paco escapando por la ventana a reunirse con sus ilusiones, allá a donde él estuviera, qué se yo si entre las nubes del cielo azul de la serranía. 
Y tomé la foto.

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