jueves, 29 de diciembre de 2016

Espuma, viento y frio.

Espuma blanca. Viento y frío. Día de temporal en la costa. Desapacible. Y la mar, poderosa y terrible, temible y magnífica, me recuerda en su embate constante el poder de la vida y de la muerte. Se me va otro año y en la familia, otra alma nos deja para siempre. Las lágrimas afloran, algo adentro remueve el espíritu que se desborda con sabor salado. El cielo y las nubes iluminando a contraluz y arrancando destellos de plata a mi mar de siempre. Las olas y su gris oscuridad. Desde la orilla, embozado en mi abrigo, con mi gorro calado y mi bufanda y casi tiritando, acierto a tomar unas fotos mientras el agua en suspensión salta de entre la espuma del mar y empaña mi objetivo. Doy la sesión por concluida tras llevarme algo de su furia, algo de su vida, y algo de su muerte.

(In Memoriam Tía Rosita)

domingo, 18 de diciembre de 2016

Autoretrato triste

Nada que añadir. Me miro y no veo ni rastro de mí. Del que fuí, del que creo recordar. De uno que conocí. Trato con mi cámara de recordar quién estaba ahí, al otro lado del espejo. Pero sólo me retorna una imagen en grises, cargada de defectos, sucia, envejecida. Me pregunto cuánto me queda para dejar todo esto atrás. Para poder ver otra vez en cada día un motivo para desear que llegue el siguiente. Para esperar con esperanza. Para soñar con sueños que me ilusionen. Para volver a crear recuerdos buenos y amables. Para mirar atrás y gritar que terminó la mala racha. De momento, me busco en los espejos y susurro al oído de nadie. Ahogo un grito, con los dientes apretados, y exclamo una maldición, una más, y un insulto lanzado al cielo o al infierno y que nadie, nunca, protesta. Detrás de esa mirada hubo una vez sueños. Hubo una vez ganas de construir un hogar, de vivir una vida plena, de encontrar la felicidad, de sonreir alegre cogido de la mano de mi amada. Tampoco a ella la reconozco ya. Sujeto mis cámaras esperando con ellas fabricar algo bello. Pero en este momento, la belleza es una utopía escondida entre adoquines que no piso nunca. Mañana. Mañana será el día. Eso digo cada vez que mi almohada me recoge en la noche, y apretujo mi sábana para que me ayude a despedirme para siempre de otro día más, de otro día menos, uno menos.

martes, 13 de diciembre de 2016

Puertas cerradas

Va acabando el año y las puertas siguen como al principio, acumulando ahora las hojas del otoño. Cerradas antes y ahora, sin nada al otro lado, sin nadie que las abra. Ajadas y sucias soportan mi mirada, impasibles y orgullosas. Maldigo las puertas que se cerraron este año, otras más, maldigo a estas y a las que ya ni recuerdo. Cerradas. Soberbias. Mudas y muertas. 
Rondan mis notas en modo menor y el frío encoge un poco más mi ánimo. Tristes son los días y malos los presagios. Nada bueno puede surgir en donde sólo reina la tristeza, la desesperanza, la angustia y la soledad. Nada amable, sólo el horror al vacío, a la nada y al olvido. Fuera como hoja muerta yago a los pies de un futuro que no existe. De un mañana que no espero ni deseo, del que nada quiero, sabedor de que nada tiene para darme, de que la puerta, ajada y sucia, impasible y orgullosa, nunca, nunca se abrirá para mí. Como el hollín y la herrumbre, como el polvo y el orín de la madera y la piedra, como la hoja amarilla y seca.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Lugares reencontrados

No por lugares del cuerpo, si no del alma. Visito un lugar grabado en mis recuerdos de juventud. Recuerdos de noviazgo y de esperanzas. Lugares que lo son y lo fueron, los de andarse, los de sentirse y olerse. Lugares perdidos los otros. Sepultados por el discurrir del tiempo. 

Y fotografío la alameda frondosa. El tamborileo de un picapinos sobre el tronco de un álamo cercano me hace volver al pasado, cierro unos segundos mis ojos y olvido el calor implacable del poniente. La hilera de troncos en reverente escorzo hacia el esbozo de un cauce que apenas ya merece ese nombre. Pero me embriaga y eleva mi espíritu su cadencia silenciosa, ese juego infinito de sus luces con sus sombras, de claros y oscuros, el eternamente cambiante dibujo de los blancos puros y las sombras difusas, y las negras trazas de las ramas, y las hojas, y un bosquete que prepara ya, seguro, allá en lo más profundo de su savia bruta, la inminente otoñada. 

Reencuentro a un joven álter ego, con mi cámara Ricoh y aquel humilde 28-70 de Tamron, con un HP5 recargado en sus tripas, disfutando mientras paseaba por el mismo bosque. Tropiezo con lo que antaño fueron recientes tocones. Los reconozco por su silueta y por su talla, y hasta por el lugar que ocupan en el suelo cuajado de hojarasca. Recuerdo las fotos que les hice. Pero hoy su alma se descompuso ya, y el ciclo natural ha reclamado lo que es suyo mientras su corazón se diluye en un hueco tenebroso y oscuro. Recuerdo juventud en aquellas piernas mías, y también recuerdo aquellas olvidadas ilusiones y muchas esperanzas frustradas. 

No todo es tan triste. O sí. Pero lo cierto es que mis ojos recuerdan y sueñan, de nuevo, gracias a esa danza de luces y sombras. Los chopos de las Eras siguen aquí y tengo la suerte de continuar sintiendo casi lo mismo ante ellos, mientras sus hojas se estremecen con la misma brisa y el cielo sigue, allá arriba, teñido del mismo azul. Aquí sigue el viejo y humilde cauce. Y todo esto me lo recuerda el traqueteo profundo y vigoroso del picapinos, que continúa también, inundando de magia y de misterios los claroscuros del bosque, y  esos otros de acá, de más adentro de uno...

sábado, 6 de agosto de 2016

¿A dónde van?



Para escuchar...

A mis cincuenta y unas décimas, miro para atrás y la única pregunta que me resta por hacer es: 
¿A dónde van? 
No es que no haya más preguntas, ni que no me las haya planteado alguna que otra vez, o quizás a diario. Simplemente conozco ya las respuestas. O a lo peor, me importan poco.
¿A dónde van…, qué o quiénes o cuál o cuáles cosas? 
Resuena esta canción en mi cabeza.
No puedo evitar la tristeza. 
Son muchas, demasiadas, tantas las cosas, las personas, los lugares, los momentos y los recuerdos… Demasiadas cosas cuyo paradero actual desconozco, pero que presumo aniquiladas por el inexorable paso del tiempo. El tiempo, implacable y aterrador, devorador de todo cuanto alumbra. De la vida misma. Cada segundo que nos regala es un segundo que nos roba para siempre. Paradoja cotidiana y terrible del misterio de la vida. 

A la flor, su belleza, ¿de qué le sirve cuando ya ha caído?


viernes, 17 de junio de 2016

Perdidas pérdidas.

Perdía su mirada mientras las notas se perdían enredándose entre las hojas de los plátanos, en una tarde de un poniente fresco que anticipaba un verano de calimas africanas. Unos gritos de algunos perdidos vencejos, el alboroto de las perdidas cotorras importadas, los griteríos de los niños perdidos y su balón perdido en la plaza. Apoyada sobre el quicio de la enorme puerta de su planta baja, esta señora me hacía pensar si disfrutaba de una música perdida o sólo se dejaba llevar de la mano de sus perdidos recuerdos.
Yo, sobra decirlo, lo hacía de los míos, como siempre. Esta vez, y tras semanas de sequía creativa, de nuevo me perdí, cámara en mano.
El verano llamando a la puerta y, de momento, vuelvo a asomarme a la ventana. Las cosas siguen poco más o menos como la mirada de la señora: perdida la esperanza, perdida la ilusión, perdidos los proyectos, perdidas las ganas, perdido el tiempo.

domingo, 17 de abril de 2016

Cuernos de caracol


Nunca me han gustado los caracoles. Creo que son principalmente sus babas lo que de pequeño me resultaba más asqueroso, pero también esa forma que tiene su cuerpo de constreñirse y reducirse mientras muta en una masa informe que poco a poco empequeñece y se va ocultando hasta desaparecer en el interior de su concha. Además, uno, se esforzaba en, venciendo sus ascos, hacer acopio de una mezcla de valor y ternura y situar al caracol sobre la palma de su mano. Al molusco, por lo general, le faltaba tiempo para, en un gesto insolente y despreciativo, ocultarse en su fortaleza cálcica.
Por no hablar de lo siniestro del movimiento de esos ojillos suyos, ínfimos puntitos negros al final de sus cuernecillos tentaculares. De pequeño, y a la vista de que cogerlos no era algo en lo que les gustara colaborar, me ocupaba como desagravio en rozar sucesivamente sus ojos y comprobar cómo una y otra vez, se retraían. Alternativamente, primero uno, y, no habiendo acabado de hacerlo por completo, tocaba el otro. A su vez éste se empequeñecía embutiéndose sobre sí mismo mientras que, oh, sorpresa, el otro iba a la par recuperando su extensión completa. Así iba tocando suavemente uno y otro ojo, al final de sus tentáculos –que todos hemos llamado cuernos alguna vez–, hasta que harto de mí, el caracol decidía que el juego (mí juego) había terminado y se escondía entero para no salir en un buen rato. Mi paciencia se acababa, y no fueron pocos los caracoles que, ante tamaña insolencia, pagaron cara, carísima su irreverente indiferencia... 
Sin duda hete aquí otro de los motivos por los que arderé en el infierno.

Hoy en día siguen sin gustarme, tampoco y ni siquiera cocinados, pero al menos, no me divierto ya con aquella infame tortura. Esta vez, a lo sumo preparo mi cámara y les digo cariñosamente: –quieto, no vayas a salir movido. Aunque lo peor es decidir sobre cual de los dos ojos hago foco... 
¿Sería mejor tocar uno de ellos y despejar la duda...?

martes, 15 de marzo de 2016

Vergüenza

Estamos en tiempo de fallas. Debería ser primaveral. Menos de una semana nos separa tan sólo del equinoccio, y la amenaza de lluvia se cierne sobre fallas y falleros. 
Ojeo un catálogo de muebles de jardín. Maldigo a aquellos que opten por comprar cualquiera de los veladores que por no menos de doscientos euros aparecen en las idílicas fotografías que muestran lujuriosos y placenteros jardines de lujosas residencias vacacionales. Maldigo también a los que piensen en comprar esos estridentes modelos de barbacoas en acero cromado, cargadas de repisas y complementos para el perfecto cocinado de los jugosos embutidos y carnes. Siento naúseas al pensar en la piel ajada de aquellos que, felices y ufanos, se sentarán en las sillas de teka tratada de las últimas páginas. 
Hastiado, bajo la persiana y enciendo la luz. Sé que si tengo frío, encenderé la estufa, o me enfundaré en una sudadera más gruesa. Si tengo hambre, abriré la nevera y comeré una loncha de queso. Si me faltan galletas para el desayuno de mañana, bajaré al super de enfrente a por mis "maria tostadas".
Mientras, miles de personas como esos ricos, o como yo mismo, cuyo único pecado ha sido nacer en su tierra,  hunden sus pies apenas calzados en varios centímetros de barro sucio y putrefacto, y la lluvia y el frío apagan poco a poco sus legítimas esperanzas y sus pocos y maltrechos sueños.
La tele nos bombardea con imágenes de Idomeni, y no paro de pensar en ellos. Asco es lo que siento por la raza humana, a estas alturas de siglo veintiuno.
Abajo en la calle, una charanga conjura entre acordes de pasodoble a todos mis fantasmas. ¿O no?

sábado, 27 de febrero de 2016

Pétalos




De un rato en casa. Hacía tiempo que no dedicaba unas horas a componer sobre la mesa del comedor...

Junto al contenedor de la basura, una enorme cesta de flores, de esas cestas gigantescas de varios pisos que se regalan en ocasiones muy, pero que muy especiales, más que para agasajar a quien las recibe, para demostrar lo maravilloso que es quien la regala.

Las flores estaban ya marchitas. Cogí unas cuantas. Tienen para mí un especial encanto las flores marchitas. Metáfora de los tiempos pasados, siempre mejores. Metáfora de lo efímero de lo bello y de lo bueno.

Metáfora de la vida que al final, como a las flores, nos termina convirtiendo en pétalos caídos.

sábado, 16 de enero de 2016

Universos paralelos

Operan a mi hijo. Su hombro se rompió un día mientras disfrutaba de su adolescencia, y al final ha resultado inevitable ahora en su juventud.
La intervención y la reanimación se han prolongado varias horas. Sala de espera de quirófanos. El tiempo se detiene. Duele saberle allí dentro, herido e indefenso, vulnerable hasta el extremo. Confío en que pasado un tiempo tras la operación, pueda llevar una vida que le ayude a cumplir sus ilusiones y sus sueños.

Nos llaman por fin. La operación ha terminado. Mi hijo se recupera del sueño. Descansa en la URPA de La Fe. Vuelve despacio de la dura batalla. Su yelmo quebrado y su armadura partida, pero vencedor. Se despierta lentamente entre los confusos recuerdos de la pesadilla. 

Me detengo cansado frente a la ventana de la sala, con mi fe puesta en que mi hijo recupere la normalidad en su hombro. Veo gente, pero no hay nadie. No estamos allí. Deambulamos entre nuestros sueños y nuestras pesadillas. Entre miedos terrorificos y desesperadas esperanzas.

Mi mirada pasea cansada entre las nubes mientras anochece. Un enfermero pasea ahí abajo. La gente charla mientras espera y desespera. Alguien sufre en una camilla que empuja un celador. Universos paralelos. Conjugo soledades.

El crepúsculo nos regala sus tonos pastel y un poco de calma, un dia más.

lunes, 4 de enero de 2016

Días contados

Triste pero realista: ahí va a ir a parar la navidad en cuanto los camellos vayan enfilando el camino de regreso a oriente. Tiene los días contados.