domingo, 18 de diciembre de 2016

Autoretrato triste

Nada que añadir. Me miro y no veo ni rastro de mí. Del que fuí, del que creo recordar. De uno que conocí. Trato con mi cámara de recordar quién estaba ahí, al otro lado del espejo. Pero sólo me retorna una imagen en grises, cargada de defectos, sucia, envejecida. Me pregunto cuánto me queda para dejar todo esto atrás. Para poder ver otra vez en cada día un motivo para desear que llegue el siguiente. Para esperar con esperanza. Para soñar con sueños que me ilusionen. Para volver a crear recuerdos buenos y amables. Para mirar atrás y gritar que terminó la mala racha. De momento, me busco en los espejos y susurro al oído de nadie. Ahogo un grito, con los dientes apretados, y exclamo una maldición, una más, y un insulto lanzado al cielo o al infierno y que nadie, nunca, protesta. Detrás de esa mirada hubo una vez sueños. Hubo una vez ganas de construir un hogar, de vivir una vida plena, de encontrar la felicidad, de sonreir alegre cogido de la mano de mi amada. Tampoco a ella la reconozco ya. Sujeto mis cámaras esperando con ellas fabricar algo bello. Pero en este momento, la belleza es una utopía escondida entre adoquines que no piso nunca. Mañana. Mañana será el día. Eso digo cada vez que mi almohada me recoge en la noche, y apretujo mi sábana para que me ayude a despedirme para siempre de otro día más, de otro día menos, uno menos.

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