domingo, 8 de octubre de 2017

Las rutinas de la edad

Mantiene unas rutinas casi férreas. Sin ellas pierde el rumbo y hasta la noción del tiempo. Cada pequeña rutina de su vida va marcando los momentos en los que divide con precisión casi milimétrica los días y sus horas. Cada cosa en sus sitio, así ha de ser. Localiza los objetos que necesita y usa según el lugar que ocupan sobre la bandeja de la comida, sobre la repisa de la televisión, o sobre su mesita de noche. Sabe frente a qué habitación se encuentra contando picaportes a su paso. También ordena escrupulosamente su tiempo y sus cotidianos quehaceres diarios. Desde el momento en que pone los pies en el suelo cada mañana, cada cosa y cada instante han de ocupar su lugar concreto en el universo de sus días oscuros y silenciosos. La ceguera y la sordera son cada día más fuertes. Ella no espera nada y tampoco pide nada. Ya frente al espejo, sin vanidad, su vista no alcanza a devolverle su propia imagen, pero sí con inusitada coquetería, ordena su pelo y lava su cara cada mañana.
Después del desayuno, la llevo a pasear en su silla de ruedas por un camino escrito en sus mapas mentales. Ella me guía en cada cruce y en cada acera, y marca los momentos en los que se atreve a levantarse y a forzar sus castigadas articulaciones. Enseguida se cansa y se sienta. Su fina y rala cabellera deja pasar los rayos de luz de la mañana, y su cabeza aparece rodeada de una extraña aura. Tras los ejercicios en el parque y su paseo diario y ya de vuelta en casa, la radio cristiana que escucha la ayuda a conjugar sus plegarias y a rogar por sus particulares "animetas", esas de los que ya la observan desde el cielo, todos los que ya partieron de su lado, esos que, ella lo sabe, la esperan algún día más o menos cercano, esos a los que ella ya va esperando...

miércoles, 28 de junio de 2017

El hacedor de sueños


¿A quién no le gustaba cuando era un niño? Hacer pompas de jabón.

Él se hace llamar KG Maître Bulleur y se dedica a ello todavía.
Era el Día del orgullo LGTBIQ, celebrándose en Valencia. Fuimos a pasear y curiosear.
Apareció de entre la multitud y se subió a un contenedor de basuras, en parte porque era uno de los pocos sitios libres que habían a mano, y en parte porque era una estupenda atalaya para ofrecer a los allí reunidos su magia y su espectáculo. El sol caía ya por el horizonte y él, sin hacer ruido, subió de alguna manera allí arriba, colocó el bote de jabón a su lado y comenzó a fabricar pompas mientras el desfile continuaba en la calle. Me situé cerca y tomé unas fotos recortándolo contra el ocaso. 
Al acabar, pasado un rato, bajó en felino movimiento y mientras recogía sus herramientas me acerqué y le pedí una dirección de email. A los pocos días le mandé sus fotos, que le regalo a cambio de sus regalos, su tiempo y sus pompas desechas en el aire...

Las pompas de jabón siempre me ha parecido una representación física de nuestros sueños. Efímeras y frágiles, flotan etéreas, transparentes y mágicas, hasta que de pronto y sin previo aviso estallan y se descomponen en salpicones ínfimos. Son de mil colores y de ninguno. Son como nuestros sueños. Indefinibles u obsesivos, vuelan libres mientras los soñamos y de pronto, desaparecen en mil partículas mostrándonos la realidad, ya hechas añicos.
Prefiero las pompas. Hacen menos daño al romperse.

viernes, 23 de junio de 2017

De la luz a la oscuridad

Hoy me he enterado de que ha muerto un periodista deportivo. Lo han dicho en el informativo, a mediodia. Minutos antes de enterarme venía yo de un examen, en mi bicicleta. En Valencia, 22 de Julio, 33ºC. Ahora, sentado frente a la televisión, me enteraba de su muerte, a los 42 años. Era 11 años más joven que yo.  Nunca le presté especial atención. Hoy me ha emocionado el pequeño video homenaje que le han dedicado a título póstumo.
Arriba, mi vecino vive también una lenta enfermedad, y se prepara para su último viaje, aunque él no lo sabe aún. Echaré de menos su presencia en unos cuantos meses. No es nadie especial. Sólo alguien a quien veo y saludo casi a diario. Al menos así fue mucho tiempo, antes de que las visitas al hospital y los periodos en los que queda ingresado hicieran que esos momentos fueran cada vez más distanciados en el tiempo.
Hace un mes nos enteramos de la muerte de la que fuera mi vecina, la mujer durante más de 50 años del que fuera mi vecino. Unos días después de aquello, él vino a recoger una carta que habían dejado en su buzón. Lloró a mi lado en el banco de la calle. LLoré con él, aunque él no me viera por sus cataratas.
¡Me preocupo yo por idioteces tales! Saber que al final, a todos nos engullirá la misma noche oscura, me hace pensar, de nuevo, en la absoluta estupidez de la condición humana, y de la mía en especial.
Esta foto es de hace unos días. Me llamó la atención, al ver pasar a la ciclista, y me apresuré en tomarla ajustando a duras penas la exposición de mi cámara, pues tenía la más absoluta certeza de que, tras unos segundos, sería incapaz de verla más.
Es la misma certeza de que algún día, todos nos fundiremos a negro, sin más huella que la que dejemos en los nuestros, sin más rastro que lo que recuerden los demás de nosotros mismos, que, para entonces, ya no seremos ni nosotros, ni los mismos. 
D.E.P. los que se van.

martes, 30 de mayo de 2017

Jirones al viento


Acabando mayo estamos.

Me llaman la atención estos jirones al viento. 
Siempre, los retales de plásticos enganchados me empujan a dedicarles al menos una fugaz mirada.

Quién sabe de qué obra se han fugado. Qué terraza o invernadero o cobertizo han abandonado para siempre en una huida ahora ya truncada.

Su movimiento
 me recuerda al de las llamas de una hoguera.
Bailan al ritmo de melodías inaudibles,
se agitan en perpetua lucha por una libertad imposible
mientras nos regalan jugando formas
audaces e impredecibles,
volúmenes cambiantes
y curvas sensuales.

El árbol sobre el que prisioneros,
pugnaban impetuosos estos retazos,
se mantuvo firme en su delgadez, y elegante y sobrio
en su desnudez.

Los vaivenes que a veces da la vida, tienen algo de jirones, enganchados en desnudas ramas de delgadas esperanzas.

Ha pasado medio año casi. Continúo buscando un sueño que aún está por soñar.

viernes, 27 de enero de 2017

En el fregadero de casa

Lo ando buscando. En los charcos. En los carteles. En las hojas, en las ramas o en las nubes. En troncos, en flores marchitas, en los rayos de sol que cruzan las habitaciones de casa. En los reflejos de los cristales y en las sombras del atardecer de invierno. Incluso, en el fondo del fregadero de casa. 

Siempre ando buscando lo mismo, mi propia mirada, y esa huella que dejan en mí los objetos y los momentos. Esa forma de retener un trocito del tiempo que, como todos los trocitos, pasa veloz a mi lado y se lleva, poco a poco, otro instante de mi vida.