Empezado el mes de mayo y como hace ya tantos años, tengo comuniones durante
estos días. Aunque se va acabando el ciclo por este año, aún quedan algunas celebraciones en los próximos fines de semana. Acabo de reunirme con los padres y madres
de los niños de uno de esos turnos. Finalmente, parece que serán unas comuniones “normales”.
Me las imaginaba caóticas por varios motivos hace tan sólo 15 días, pero al final creo que todo se
ha arreglado. Me tranquiliza.
Salgo pues a
pasear como celebrando esos buenos augurios. También para despejar mi cabeza y caminar un
poco. Me dirijo como por instinto a viejos lugares conocidos. Las
Alamedetes de Serranos, jardines aledaños a lo que cuando yo fui niño, era una puesto sanitario, como Casa de Socorro, donde
tantas veces me llevaron mis padres a curarme de caídas y otros males de la
infancia… Una querencia extraña que surge sospecho de aquellos añorados tiempos, me hace acercarme a menudo por esos humildes
jardines.
Mi mirada atenta siempre a los pequeños detalles. Esta vez, pienso especialmente en cuántas especies de pájaros,
sin buscarlas, vienen a mi encuentro.
Son los vencejos que comienzan a surcar el aire en sus raudas y frenéticas escuadras, son los gárrulos gorriones, o los veloces estorninos. También las elegantes y frágiles golondrinas, y las rotundas y poderosas torcaces. Hay mirlos siempre escurridizos, que corren agachados con los picos llenos de lombrices. Molestas y escandalosas cotorras invasoras cruzan de pronto como saetas interrumpiendo el revoloteo de las huidizas y sigilosas currucas o el delicado trino de los coloridos y minúsculos jilgueros. Allá arriba, las gaviotas y su vuelo coronado, tranquilo e incansable… Y todo eso, lo admiro simplemente sentado en un
banco, frente a la fuente de la
niña de las coletas, mientras saboreo un bollo que me he traído de casa y me
bebo un café con leche que traje en un bote.
Tiene algo esa niña de bronce de la escultura. El descaro de sus coletas, la dulzura de su gesto, su serena pose, enmarcada por los chorros de la fuente a su espalda, que la acompañan a veces mientras ella inmutable sólo lee su libro, siempre abierto sobre sus rodillas esbeltas. Me hace pensar en mi infancia, en mis libros, en todo lo que leí, y todo lo que no aprendí.
A veces un
poco de tranquilidad, soledad e introspección, hace posible que uno llene su
cabeza de pájaros, pero también de muchas, de muchas más lindas cosas.