lunes, 12 de febrero de 2024

El canto del mirlo alegre

 

El tiempo pasa deprisa, cada vez más aprisa. Muchísimas cosas han pasado en estos años. Pero hoy el canto de este mirlo, posado entre las ramas del árbol que tengo frente a mi ventana, me ha hecho pensar en eso, la fugacidad del paso por la vida.

Su canto, anuncio del celo primaveral, proclama el disfrute y el goce por algo tan simple como vivir el momento. 

Algo que tenemos poco entrenado los humanos en general. Yo mismo lo voy olvidando cada vez más con el paso del tiempo. Supongo que es normal y casi intrínseco a ir envejeciendo.

Sin un motivo especial y sin nada especial que decir, oír cantar a este mirlo la otra mañana me hizo estar feliz, siquiera un poco, tan solo por unos instantes. Y he sentido el deseo de decirlo aquí, un sitio al que llego cada vez con menor frecuencia. Por eso no he querido desaprovechar la ocasión, a pesar de tener tan poco que decir.

Gracias mirlo alegre.

sábado, 8 de mayo de 2021

Los pájaros del parque

 


 

Empezado el mes de mayo y como hace ya tantos años, tengo comuniones durante estos días. Aunque se va acabando el ciclo por este año, aún quedan algunas celebraciones en los próximos fines de semana. Acabo de reunirme con los padres y madres de los niños de uno de esos turnos. Finalmente, parece que serán unas comuniones “normales”. Me las imaginaba caóticas por varios motivos hace tan sólo 15 días, pero al final creo que todo se ha arreglado. Me tranquiliza.

Salgo pues a pasear como celebrando esos buenos augurios. También para despejar mi cabeza y caminar un poco. Me dirijo como por instinto a viejos lugares conocidos. Las Alamedetes de Serranos, jardines aledaños a lo que cuando yo fui niño, era una puesto sanitario, como Casa de Socorro, donde tantas veces me llevaron mis padres a curarme de caídas y otros males de la infancia… Una querencia extraña que surge sospecho de aquellos añorados tiempos, me hace acercarme a menudo por esos humildes jardines.

Mi mirada atenta siempre a los pequeños detalles. Esta vez, pienso especialmente en cuántas especies de pájaros, sin buscarlas, vienen a mi encuentro.

Son los vencejos que comienzan a surcar el aire en sus raudas y frenéticas escuadras, son los gárrulos gorriones, o los veloces estorninos. También las elegantes y frágiles golondrinas, y las rotundas y poderosas torcaces. Hay mirlos siempre escurridizos, que corren agachados con los picos llenos de lombrices. Molestas y escandalosas cotorras invasoras cruzan de pronto como saetas interrumpiendo el revoloteo de las huidizas y sigilosas currucas o el delicado trino de los coloridos y minúsculos jilgueros. Allá arriba, las gaviotas y su vuelo coronado, tranquilo e incansable… Y todo eso, lo admiro simplemente sentado en un banco, frente a la fuente de la niña de las coletas, mientras saboreo un bollo que me he traído de casa y me bebo un café con leche que traje en un bote. 

Tiene algo esa niña de bronce de la escultura. El descaro de sus coletas, la dulzura de su gesto, su serena pose, enmarcada por los chorros de la fuente a su espalda, que la acompañan a veces mientras ella inmutable sólo lee su libro, siempre abierto sobre sus rodillas esbeltas. Me hace pensar en mi infancia, en mis libros, en todo lo que leí, y todo lo que no aprendí.

A veces un poco de tranquilidad, soledad e introspección, hace posible que uno llene su cabeza de pájaros, pero también de muchas, de muchas más lindas cosas.


domingo, 10 de enero de 2021

Avión Roquero


 Casi lo piso. No se mueve nada y yace sobre la acera mojada y fría. Lo veo y me agacho para entender de cerca qué es lo que estoy viendo. Ahora lo tengo en la mano. Está frío, pero con vida, entreabre los ojos. Se agita levemente y siento su enorme fragilidad mientras lo rodeo con toda la mano, con toda la suavidad que puedo y la menor fuerza en mi puño, casi cerrado. Creo que va entrando en calor. Lo miro de cerca, cara a cara. No recuerdo una mirada en mi pasado reciente con tanta inocencia en unos ojos que apenas consigue mantener abiertos. Lo llevo a casa y lo pongo en una caja con trapos y telas, al final lo meto dentro de un calcetín de lana. Bajo a comprarle algo de comida a una tienda de comida para animales. Hago una búsqueda en google y finalmente compro pienso para cachorros de gato y unas pequeñas gambas desecadas para tortugas. En casa dejo que el pienso se hinche a remojo y con unas pinzas, se lo acerco a la boca. No come nada y sigue sin demasiadas ganas de moverse. Se apretuja sobre sí mismo y sus ojos se cierran. 

Al cabo de una par de horas está muerto, rígido. Lo cojo con enorme tristeza, no he podido ayudarle en nada. Me consuela pensar que ha muerto caliente, y no en la calle mojada a 4ºC o pisado por algún despistado. Ordeno un poco sus plumas y afilo su delicada silueta. Acaricio su pequeñísima cabecita, aliso su frente. Admiro por última vez sus formas, el diseño de su pico especializado. El color crema de su pequeño pecho y el pardo de su cuerpo. Sus pequeñas y huesudas patas y las afiladísimas uñas. Abro sus alas y sonrío tristemente al contemplar su perfecta figura... si volara... Lo pongo sobre un plato de plástico y le hago unas fotos. Con todo el cariño que puedo. No me gustan sus ojos, ahora sin vida, que empiezan a retraerse en sus cuencas.

Ha sido muy breve. No he podido ayudarte. Lo siento pajarillo. Adiós pequeño avión roquero.

viernes, 1 de enero de 2021

Ángel


 Decenas, cientos de pequeños pájaros se amontonan en las cornisas de la fachada de la escuela de idiomas. El frío y el aire gélido de las últimas horas de la tarde les hace apretujarse los unos contra los otros, mientras encrespan sus delicadas plumas y las ahuecan, generando fugaces envoltorios que les proporcionen calor. Algunos llegan buscando sitio, aparentemente exhaustos, en un intento más, otro, de encontrar hueco en la abarrotada fila. Pero ninguno de los que ya están posados parece inmutarse ni apiadarse del recién llegado que, finalmente, no puede ocupar lugar alguno en su intentona. Poco a poco sin embargo, tras no pocos esfuerzos, todos lo irán consiguiendo. 

Sigo caminando junto al pretil del viejo cauce del rio

Al acercarme al puente junto a la farola, el sol moribundo tiñe de fuego a estas nubes que no paran de cambiar de forma al moverse. Entonces, fugazmente, lo veo.

Por un breve instante veo las alas de un ángel con su faldón agitado por el viento, y me inunda la esperanza. No se definirla, es esperanza en algo bueno para este año que empieza. Me basta con que dejemos atrás el miedo y las cifras de muertos y contagiados. No creo en los ángeles pero estas nubes, me recordaron a uno por un instante.

Unas gaviotas planean allá arriba entre el bermellón y el morado. Las imagino chillando a la manera en que gritan las gaviotas, cruzando palabrotas mientras discuten sobre el lugar al que deben dejarse llevar por las corrientes de aire. Tal vez decidiendo dónde pasar esta noche inminente del último día del año.

Apago la cámara y vuelvo a casa, cargado de nostalgias y añoranzas. Me doy la vuelta y dejo allí arriba a ese ángel que sigue mutando inevitablemente en quién sabe qué otras formas.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Adiós 2020


Último día del año. 

Paseo con la cámara y tomo unas cuantas fotos. Como siempre: de lo que veo. No es importante, ni  especialmente llamativo. No es quizá nada "bonito" y más que buscando la propia belleza de mi sujeto, me busco a mí mismo en cada foto. Y me veo, en esta planta que brota a contracorriente en una simple grieta del asfalto, junto a un contenedor de basura, a pocos centímetros de la acera y del paso de infinitos coches, como a todos los demás, resilentes de una pandemia que ha cogido a la humanidad entera con el paso cambiado.

2020 es el año de la pandemia,. También es el año en el que Lucas se nos fue de casa, tras el peor día de reyes de mi vida y de la suya seguramente. Es el año en el que mi esposa y yo nos sentimos un poco más viejos y cansados de demasiadas cosas, pero también más cercanos y más necesitados el uno del otro. Es el año de las pinzas, bueno, "mi año de las pinzas". Es un año más, sin más, bien mirado. Y es un año que todos queremos olvidar, superar, mejorar. Olvidar.

2020 se acaba sin que podamos dar besos ni abrazos a nuestro antojo. A los nuestros. Sin que podamos compartir con tranquilidad una reunión en familia. Un año que acaba con la sensación de que nada ha acabado, y de que aún nos queda no sabemos qué. Pero el año acaba y eso parece ser motivo suficiente para la esperanza y la ilusión de que pronto despertaremos de una pesadilla extraña, cruel, inesperada.

2020 se va y nos deja. ¿En paz?. No lo creo. La zozobra de la incertidumbre y el desconocimiento sigue a mi entender dominando el horizonte. Pero el año acaba y el tiempo, todo lo cura. Ni más ni menos, lo único que ocurre con certeza es que está pasando el tiempo. Como siempre. El año acaba, y el tiempo, todo lo cura. El tiempo, todo lo cura.


martes, 26 de mayo de 2020

Ahí afuera...


Retomo hoy este blog.
Donde lo dejé hace más de un año.
Y no, no pude preguntarle más ninguna de aquellas preguntas, pero la despedimos con todo el dolor y el cariño que ella mereció. Carmen nos dejó hoy hace un año. Todo un año he estado guardando el duelo en su memoria. Añorada Carmen, mamá de mi esposa, D.E.P. allá donde estés.

Por supuesto, aquí abajo, la vida ha continuado, y hemos continuado con nuestras vidas, y sin demasiadas novedades, o quizás sí, hemos llegado hasta aquí. Y ahora entre manos tenemos algo que definitivamente ha cambiado ya nuestro mundo, el de todos, a toda la humanidad de manera decisiva.

Estamos viviendo la pandemia del covid-19, que a fecha de hoy se ha cobrado más de un cuarto de millón de vidas en todo el planeta, y lleva contagiados, que se sepa, a más de 5 millones de seres humanos. Cómo saldremos de esto y cuándo son preguntas que aún no tienen respuesta.

Cuando todo empezó decidí empezar a escribir una especie de cuaderno de bitácora, además, puse en marcha otro blog de fotos, casi un proyecto "365": subir –tomar– una foto al día todo el tiempo que durase esta terrorifica pesadilla, algo que parece, aunque desgraciadamente no lo es, una historia de una película de ciencia a ficción.

La foto que subo aquí hoy está hecha durante el estado de alarma que se impuso en España el 15 de marzo y en el que aún continuamos, y que también impera en casi todos los demás paises del mundo. La foto la tomé a las nubes, a ese cielo al que a menudo acostumbro a alzar mi mirada en busca de respuestas. Y a la vez, capturé mi reflejo en el cristal.

Lo curioso es que yo estaba fuera de casa cuando la tomé, y el cielo, dentro. 

miércoles, 22 de mayo de 2019

No sé si volveré a preguntarle

La ingresaron el domingo pasado. Muchas veces la he traído aquí. Sigue en el hospital con su hija, mi esposa. No puedo negar que ocupa un papel importante en mi vida. Y ahora, siento la necesidad de dedicarle una vez más un recuerdo que dejar aquí. No sé si la volveré a ver en su casa, junto a su tele y las cosas que dejaba a su vera: su ventolín; el otro inhalador; el teléfono, aunque no pudiera ya descolgarlo ni mantener una conversación apenas; el mando de la tele que le servía para poco menos que encender y apagar, si atinaba a encontrarlo; la "radiet" que cada dos por tres dejaba encendida con el consiguiente consumo baldío de sus pilas; el abanico, en verano; algún que otro pañuelo que era mejor no tocar; la caja de juanolas; el botón de la cruz roja, que no sé si sabía apretar o que a veces apretaba por accidente. Sentada en su sillón, mirando la luz que podía ver a través de los visillos de la ventana de su salita.
Así pasaba sus días, tranquila y confiada en que la vida es eso: vivirla.
No sé si volveré a preguntarle si quiere que los abra, o que los cierre, o que...