jueves, 12 de diciembre de 2013

No estamos para bromas

Vergüenza me da el reconocer la de polvo que dejo almacenarse por aquí. No estoy para bromas. Empieza el año y subo algo a este rincón. Dejo que pase el tiempo y por aquí nadie pasa, ni siquiera yo paso el plumero.  Bien. Aparquemos los reproches a mi conciencia y dejémonos de bromas.

Esta tienda me trae muchos recuerdos de mi lejana infancia. La tienda era eso: una tienda donde las cucarachas de pega, las arañas y sus hilos de naylon-seda, las cajitas de cerillas explosivas, los sobrecitos de polvos pica-pica, las almohadillas de pedos de mentiras y las cajas de bombas fétidas, las mierdas de plástico, los cigarros con petardo, y los bigotes de un fumanchú ridículo, compartían un escaparate lleno de cosas extravagantes, cosas que mis ojos de niño devoraban deseando todas a la vez y ninguna en especial.
Nunca tuve nada de ahí, la verdad es que nunca les dije a mis padres que aquellas cosas en parte horripilantes y en parte llamativas me atraían. 
Pero recuerdo que al pasar, hacia las procesiones del corpus, o de camino a coger sitio para la cabalgata de reyes, o por cualquier motivo que nos hiciera deambular por aquellas calles, ese escaparate siempre me hacía retrasarme unos segundos, pegada mi nariz al cristal.
La tienda forma parte de mis recuerdos más íntimos, más inocentes y casi hasta insignificantes. Por eso cuando hace poco reparé en ella, en lo que de ella quedaba, y en sus estado, no pude más que sentirme enormemente triste. Corren malos tiempos, que me lo digan a mí. Y ver esa tienda derrotada por la crisis y las nuevas costumbres, que han desterrado las inocentes bromas del universo de las putaditas entre amigos, fue como darme cuenta, un día más, de lo derrotado y obsoleto que es uno.
En fin. No estoy para bromas. ¡Cago en diez!

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